El pasado domingo, 3 de marzo, desde las cinco y media hasta
las ocho y pico, estuvimos , en La Taifa de Villena, discutiendo si hay (o hay que creer que hay) ciertos valores morales
que son universales e independientes de esta o aquella cultura, de manera que
puedan reclamar ser reconocidos y respetados por todos.
Desde pronto afloró la aporética usual de esta discusión.
Mientras a varios les parecía que hay ciertos mínimos que son exigibles a todos
(por ejemplo, los que se recogen en los Derechos Humanos), otros (o los mismos
a ratos) veían que es muy difícil justificar por qué esos valores deberían ser
reconocidos por todos. ¿No serán fruto de la educación de la sociedad en la que
nos ha tocado vivir?
Porque ¿en qué podríamos basar la necesidad y objetividad de
esos valores? Parece que esto es distinto de lo que pasa en la Ciencia, donde, todo lo
que se afirma, se puede comprobar experimentalmente, y la verdad no tiene más
que un camino… ¿o no? Porque algunos pensaban que en la Ciencia opera también el
relativismo. Quizás nos parece que la Ciencia moderna es la única opción porque es la
nuestra. ¿Por qué rechazar las formas de ver el mundo propio de otras culturas,
que usan otros criterios de conocimiento, quizás irreducibles a los de la Ciencia? ¿Es siquiera la Lógica, algo universal, o
puede haber pensamientos completamente diferentes, “ilógicos” (para nuestra
perspectiva)?
Se propuso que podría basarse los valores morales comunes en
la “empatía”. Quizás si dejásemos más espacio a los sentimientos, y a su
educación, todos seríamos capaces de ponernos en el lugar del otro, y eso nos
llevaría a ciertos valores compartidos. Pero tampoco esto carecía de
dificultades. Tal vez nuestros sentimientos siempre están contaminados por el
entorno cultural, y no nos dirían lo mismo a gentes diferentes.
También se propuso que podía bastar con un consenso social,
que, aunque no sea perenne, sostiene mientras dura una cierta universalidad de
algunos valores. Ahora bien, ¿un consenso humano es suficiente para “obligar” a
los disidentes de ese consenso a compartir esos valores? Y ¿en qué se basa ese
consenso?
Alguien planteó la posibilidad de que se entendiesen, los
Derechos Humanos, como algo que nos “funciona” y mientras funciona (como
hacemos, se dijo, con la
Ciencia). Todos buscamos ser felices, y esos acuerdos de
mínimos nos garantizan conseguirlo lo más posible a todos o al mayor número.
Otro asunto que se discutió es si el hecho de que sobre cualquier
valor imaginable existirá siempre gente que disentirá, prueba que no hay
valores universales. Algunos decían que esto no es un buen argumento: cabe la
opción del error moral, o sea, que la disensión se explique porque al menos uno
de los que disienten está equivocado moralmente. ¿No creemos todos que hay
personas que son referentes morales o “maestros”?
Otro asunto: Quienes creen que existen valores absolutos ¿son
aquellos que piensan que son ellos quienes están en posesión de los valores
correctos? ¿Y no es esto lo mismo que los credos religiosos? No necesariamente,
argumentaban otros: uno puede creer que existen valores universales, sin creer
que él está en posesión de ellos (aunque sí en posesión de los criterios
correctos para alcanzarlos), ni basarse en ningún credo religioso.
En fin, muchos asuntos, y todos muy interesantes, despertaron
un vivo debate el domingo, en la tercera de las tertulias de Té y Filosofía. Lo
que prueba que la Filosofía
está en la ciudadanía, y es connatural a ella.