"Sin filosofía"
FERNANDO SAVATER
Publicado en "El País" el 15 de enero de 2013
El asturiano José Gaos fue catedrático de Filosofía y socialista. Ocupaba el rectorado de la Universidad de Madrid (el más joven en el puesto, 36 años) cuando tuvo que exilarse a México a causa de la Guerra Civil. En la UNAM ejerció un largo y hondo magisterio, de cuya fecundidad son prueba tantos discípulos ilustres. Murió de un ataque al corazón mientras presidía un tribunal de doctorado, un destino lleno de dignidad académica, pero cuya perspectiva tratamos de evitar quienes nos jubilamos anticipadamente… A mediados del pasado siglo mantuvo un seminario con varios de sus mejores alumnos, ya emancipados en gran parte de su tutela (Ricardo Guerra, Emilio Uranga, Luis Villoro y mi añorado Alejandro Rossi), sobre una cuestión muy orteguiana: la vocación filosófica. ¿Qué es lo que lleva a alguien a dedicarse profesionalmente a la investigación y la docencia de la filosofía?
Los planteamientos
iniciales del seminario (Gaos ligaba esa vocación a tendencias
individuales como el afán de goce sensual o estético, la soberbia
pasión intelectual de dominar, el erotismo del saber), las rebeldes
e irónicas respuestas de los discípulos que se atrevían a dejar de
serlo, las contrarréplicas cruzadas entre estos y las admoniciones
defensivas del contestado maestro a todos ellos constituyen una
suerte de psicodrama de alto nivel ahora al alcance de los lectores,
ya que Fondo de Cultura Económica acaba de publicar las actas del
seminario (Filosofía y vocación). En esas pocas
páginas se encierra, para quienes saben leerlas o comparten su
inquietud inicial, el insoluble desafío de pensar más allá de lo
que conocemos y de tratar de enseñar lo inenseñable. La aventura
que nos hace humanos para unos, o simple pérdida de tiempo para los
que reclaman que todo sea manejable y brinde netos beneficios.
Resulta evidente que el
nuevo plan de estudios de Bachillerato va a decantarse por la segunda
opción. Montaigne dijo que “la filosofía tiene discursos para la
infancia tanto como para la vejez” (la idea proviene de Epicuro),
pero el Ministerio prefiere que se queden sin ella tanto unos como
otros. La historia de la filosofía desaparece y la filosofía misma
queda como una opción diluida entre otras muchas (tampoco la
literatura sale mucho mejor parada). Se pretende reforzar las
asignaturas instrumentales —lo que está bien—, pero a costa de
guillotinar las que sirven para reflexionar sobre los fines que
pretendemos alcanzar con tales herramientas. A quien pregunte por
ellos se le remitirá a las cotizaciones de la Bolsa o en general a
la eficacia, entendida como maña para obedecer a la necesidad. La
ausencia o minimización de la filosofía permitirá luego ir
prescindiendo del resto de las humanidades, porque sin ella el arte o
la historia quedarán como estrategias político-publicitarias que
pronto serás sustituidas por mecanismos menos engorrosos. Mientras
avance la tecnología, nadie lamentará el retroceso del pensamiento,
esa jaculatoria de nostálgicos…
El vacío de sentido
dejado por la filosofía lo llenarán a paletadas clericales (aquí
“paletadas” viene de paleto, no de pala) las iglesias y los
nacionalismos. Su enemigo común es el laicismo, que defiende a los
pensantes frente a los creyentes: unos lo verán como guerra a la
religión, y otros, como guerra a la identidad cultural. La enseñanza
volverá a su cauce teológico e identitario, apoyándose unas veces
en unos partidos y otras en los opuestos. Nos forzarán a abjurar de
la democracia laica tanto las derechas hechizadas por la Iglesia como
la izquierda idiotizada por los nacionalismos. Aunque eso sí, como
Dios aprieta pero no ahoga, tanto unos como otros procurarán
mantener abierta la vía de acceso al supermercado. A su entrada, con
el carrito de la compra, nos pertrecharán de unos cuantos dogmas
anestesiantes. ¡Habrá que aprender a resignarse… aunque no
podamos tomárnoslo con filosofía, porque eso es precisamente lo que
ya no habrá!
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