Este blog forma parte de la iniciativa "Ciudad Filosofía" recogida en la web (enlazada en el menú de arriba), pero está dedicado exclusivamente a resaltar las acciones enfocadas a la defensa de la educación de esta disciplina en la ESO y Bachillerato.

miércoles, 9 de enero de 2013

Lo prescindible. Del ser humano y las humanidades

por Juan Antonio Negrete (publicado originalmente el 21/11/12 en www.dialecticayanalogia.blogspot.com

No es suficiente enseñar a un hombre una especialidad. Aun cuando esto logre convertirlo en una especie de máquina útil no tendrá una personalidad desarrollada de manera armoniosa. Es indispensable que el estudiante adquiera una comprensión de los valores y una profunda afinidad con ellos. Tiene que alcanzar un vigoroso sentimiento de lo bello y de lo moralmente bueno, De lo contrario, la especialización de sus conocimientos lo asemejarán más a un perro adiestrado que a una persona de desarrollo culto y equilibrado. Ha de aprender a intuir las motivaciones de los seres humanos, sus sufrimientos e ilusiones para conseguir una relación adecuada con su prójimo y la comunidad. La insistencia exagerada en el sistema competitivo y la especialización prematura fundada en la utilización inmediata matan el espíritu en que se asienta toda la vida cultural, incluido el conocimiento especializado. (Einstein, New York Time, 5 de octubre de 1952)

Qué es lo que piensa de sí mismo un hombre o una sociedad, se ve más a las claras, quizás, cuando se sienten urgidos a prescindir de todo lo que no consideran necesario. Solo “quizás”, porque es posible que la propia urgencia del momento no deje a uno pensar con claridad y el instinto engañe acerca de lo que importa. Pero supongamos que cuando uno está dispuesto a tirar ciertas cosas por la borda para conservar otras o incluso morir por ellas, en lo fundamental está delatando qué idea se hace de lo que él es, de lo que cree que “le corresponde hacer y padecer”, que decía Sócrates.

Hay un ámbito social donde esa decisión es muy significativa, porque es en él donde las sociedades creen, con razón, que se expresa más seriamente su “esencia” y se gesta su futuro: la educación. ¿En qué “formaremos” a nuestros futuros ciudadanos? Al elegir qué es lo que considera imprescindible y qué prescindible enseñar, la sociedad se retrata.

Los países occidentales, y en especial los arrabales de occidente (España, por ejemplo), sea que estén “en crisis” y no puedan “permitírselo todo”, sea que sufren la "estafa" de unos ciudadanos por otros (esto no es lo más relevante de momento), hacen cuentas de qué cosas se pueden permitir y de cuáles, sin embargo, pueden y tienen que prescindir. ¿En qué es vital educar a los futuros adultos de Europa, o España, por ejemplo? ¿Qué les es necesario para que estén preparados para la vida, y de qué se puede o debe prescindir?

Es un error (y un caso claro, diría yo, de falta de buena educación) creer que es evidente y todos sabemos qué es lo necesario. Diógenes cínico necesitaba solo tres objetos, un manto, una escudilla y un bastón, y cierto día, viendo a un niño de la calle bebiendo en un charco, llegó a la conclusión de que todavía le sobraba uno. Un monje quizás necesita materialmente poco más que Diógenes, pero necesita de toda necesidad la oración y el rito religioso, y moriría físicamente por ello o espiritualmente sin ello. Nosotros, ciudadanos europeos y españoles medios, “necesitamos” muchísimas más cosas para llevar una vida “digna”. Pero ¿qué? ¿Qué se desprende, de nuestras creencias educativas, que creemos necesitar?

Algunos, sobre todo en el mundillo “liberal” (y, desde luego, quienes legislan sobre educación hoy por hoy en España), pero también algunas (muchas aunque sean pocas) personas que dicen ser de ideología “de izquierdas”, piensan que lo que es más esencial o necesario que niños y adolescentes estudien es Ciencias, Lengua y lenguas extranjeras (Inglés, sobre todo, y las otras con “influencia” en el mundo, como el Chino). Piensan que otras áreas de la cultura, como la educación plástica (dibujo, pintura, escultura…) la música, el conocimiento de la cultura y literatura clásicas, la filosofía, etc., son más bien “adornos del espíritu”, que, en el mejor de los casos, completan y embellecen el vestido del alma humana, pero son, como los bordados de la ropa, prescindibles cuando se trata de cubrirse del frío. Sin estas pero no sin las primeras materias, se puede llevar una vida humana digna y feliz. Son prescindibles. Incluso puede decirse, según algunos, que se ha estudiado demasiado de esas cosas secundarias, ¡como si todo el mundo tuviera que leer a Sófocles o apreciar la Capilla Sixtina! A las primeras o principales, en cambio (a las que llaman ellos, con una gran ingenuidad, “instrumentales”,  porque las consideran recursos básicos para la vida), se las ha estudiado poco. (Dejo a un lado el asunto de la catequesis –opcional de momento pero con horario obligatorio para todos los alumnos-, que sigue contando con una o dos horas semanales todos los cursos de primaria y secundaria, es decir, con muchísima más presencia en el currículo que cualquier otra materia exceptuando las (¿otras?) “instrumentales”).

El anteproyecto de la futura Ley de Educación, LOMCE, contempla una disminución en el horario, o la casi extinción, de algunas de las materias artísticas o "humanísticas", en favor de las horas lectivas dedicadas a las materias "instrumentales", Ciencia, Lengua e Inglés. El ministro de educación ha llegado a decir que aquellas materias distraen de lo principal.


¿Qué nos indica esta jerarquía de necesidades y prescindibilidades acerca de lo que creemos y deseamos ser? Evidentemente, supone otorgar la prioridad al “espíritu” científico-técnico sobre el espíritu “humanístico”. No hace falta ser muy malpensado, además, para advertir que ese favor no se debe tanto al valor espiritual intrínseco que se le atribuye a lo científico-técnico, como a su aplicabilidad más básica y burdamente pragmática, en el engranaje productivo, industrial y comercial. Europa, y España en concreto, necesitan ser “competitivas”, como repite una y otra vez a modo de estribillo la ley de “educación”: es la economía (y concretamente la economía tal como la conocemos en el sistema “capitalista”, es decir, la dedicada a la producción masiva de “bienes” materiales y sus necesidades correspondientes) la que dicta qué es necesario educar y qué prescindible. No se piensa que quizás habría que educar en otro modo de vida más sostenible y menos alienada. Todas aquellas cosas con las que no se puede comerciar, son secundarias. Y esto dice muy claramente qué idea se hace un hombre y una sociedad de sí mismas. Al parecer, preferimos acumular objetos (casas, coches…) a poder leer a Sófocles o escuchar a Brahms: eso es lo que significa una buena vida para nosotros, por lo visto.

Sin embargo, pongámonos en el más caritativo de los supuestos: supongamos que la razón que tienen muchos para priorizar las áreas científico-técnicas en la educación, es que consideran que son mejores en sí mismas, más valiosas para el hombre. (Esto ya, por mucha caridad que uno quiera aplicar, no se puede negar que es lo que piensan). Quiero discutir esta tesis. Creo que es una idea radicalmente equivocada, que ataca a lo mejor de la humanidad, y concretamente, de occidente y Europa. No se puede considerar algo secundario, y mucho menos un adorno, una distracción o algo semejante a la creación artística, al conocimiento de la cultura griega y romana, y cosas similares.

¿Qué nos ha aportado el espíritu y el trabajo científico-técnicos, que le haga acreedor de la primacía espiritual? Creo que podría creerse que dos tipos de cosas.

Por una parte, el espíritu y la labor científico-técnicos han aportado un gran conocimiento nomológico de los hechos, en cantidad y calidad, gracias a y de acuerdo con el descubrimiento de estructuras formales complejas y abstractas (la Matemática) que permiten organizar en pocas unidades de conocimiento (conceptos, leyes) muchísima cantidad de información, y gracias también a la observación sistemática y escrupulosa de los hechos o fenómenos. La Ciencia matemático-positiva nos ha llevado a un conocimiento mucho más preciso que nunca de las fuerzas y leyes que a nivel muy elemental “rigen”, de forma determinista o cuasi-determinista, la naturaleza, lo que permite predecir con gran finura lo que ocurrirá en el futuro o lo que debió de ocurrir en el pasado. Nos ha permitido especular sobre la historia del universo entero, y sobre sus partes más pequeñas. La bioquímica nos dice, con mucha precisión y detalle, cómo están hechos los vivos y cómo se comportan en detalle las morfodinámicas vitales. La neurología nos descubre cómo suceden en el cerebro los estados cognitivos y emocionales... En resumen, la Ciencia nos ha acercado a la verdad del mundo en el que estamos, y de nosotros mismos, como habitantes de este mundo.

Además de su valor teórico intrínseco, la aplicación de todos esos descubrimientos nos ha “cambiado la vida”. Nos ha provisto de instrumentos o herramientas (exógenas y también endógenas) de una virtualidad o poder varios órdenes mayor al que conocíamos de la era pre-científico-moderna, y que nos permiten “dominar” la naturaleza, desde sus fuerzas más básicas hasta los más poderosos medios de la comunicación. Tanto el escenario en que se desarrolla nuestro drama, como muchas características del propio personaje, Yo, se han iluminado por medio de la ciencia y su técnica.

Todo eso, el conocimiento científico y su aplicación, merece y “necesita” ser conocido, porque es parte de lo que para el hombre es estar conscientemente en el mundo. Cuando o donde la educación consistía o consista en la enseñanza del latín y la retórica, ignorando la ciencia natural y la matemática, era o es una educación muy deficitaria.

Sin embargo, y en cuanto a lo que se refiere a este primer aporte general de la ciencia (o sea, el conocimiento del mundo y la posibilidad de dominarlo) hay aspectos en los que lo científico-técnico está seria e incluso radicalmente limitado.

El primero consiste en que, dado que conseguir la precisión cuantitativa propia de la matemática, es sumamente difícil, la investigación científica empieza por los aspectos más simples, básicos, elementales, mecánicos, de la naturaleza, y deja metódicamente para más adelante lo más complejo y recalcitrante a la cuantificación y la simplificación. No es, ni mucho menos, intrínseco al espíritu científico (más bien al contrario) creer que aquello que se puede ya explicar y en el modo en que se puede, lo abarca fundamentalmente todo. Pero es muy difícil (exige mucha “humildad”, o, más bien, perspectiva acerca de uno mismo) verse bebiendo unas gotas de un mar inmenso en extensión y profundidad, y los espíritus menos sutiles, cegados por el poder de explicación muy precisa aunque parcial de la Ciencia conocida, caen en la trampa de creer que ya está todo básicamente explicado y que lo que no encaja en el mecanicismo básico, se puede reducir a ello. Ni siquiera esto sería un mal, si fuese solo un principio metodológico (navaja de Occam): explicar lo máximo, posible con lo mínimo necesario. Al fin y al cabo, el “reduccionismo” no es una tesis científica sino filosófica, (fundamentalmente equivocada, a mi parecer) aunque pueda tener valor regulador para la labor de un científico. El problema más importante surge cuando, bajo la ilusión reduccionista, creemos que eso ya está conseguido, y tratamos a las cosas como si, efectivamente, estuviesen reducidas. Creemos que todo lo que no es un ánntomo (por ejemplo, un animal o una persona incluso), son epifenómenos de átomos, que tienen que ser, además, análogos a un átomo. De ahí a tratarlas como átomos, es decir, como cosas del tipo más elemental, haciendo abstracción de todo aquello que realmente importa, hay un camino escurridizo

Cuando se plantea individualmente a los científicos la pregunta “¿qué es la vida?”, nos hablan de lo que anima la vida y de las reacciones o de las fórmulas en las que se refleja. Esto viene a ser más o menos como preguntarse qué es un libro y obtener esta respuesta: lo descomponemos, analizamos el papel, miramos a qué se parecen las letras y con qué tinta se han impreso, pero ignoramos lo que se haya verdaderamente en el libro. Lo mismo se puede decir de las ciencias de la naturaleza, tampoco nos lo dicen”. Erwin Chargaff, en El libro de los saberes, Ediciones siruela, pg. 82)

Aunque la ciencia describa con precisión el aspecto químico de la vida, no explica ni de lejos lo que es un ser vivo o la vida. Los aspectos más importantes y valiosos de la vida quedan completamente fuera de su alcance actual. Alguna vez he puesto a mis alumnos el ejemplo de acercamiento a la realidad animal presente, por ejemplo, en un poema (por ejemplo, este de Antonio Colinas):

A nuestro perro, en su muerte

Es la última noche
y no es fácil dormir porque detrás del muro
intuimos tu muerte.
Así que he acabado por salir a buscarte
a tientas en la sombra
y en ella te he encontrado respirando
aún como una llama
(como llama en lucerna sin aceite).

Hoy, sobre todo, sentimos dolor
al pensar en lo mucho que nos diste
y en lo poco, tan poco, que te dimos.
Porque ha sido mucha la soledad que fuiste
llenando con tu clara soledad
y el diálogo sabio aquel de tu mirada
con mi mirada, de tus silencios
con mis silencios
en el centro del día.

Con cuánta lentitud, con qué dulzura
te vas, amigo mío, arrastrando
por el río de la sombra que es la noche,
por el río de estrellas que es la noche,
por el río de muerte que es la noche.
Y cómo calla ahora el jardín, y cómo calla
el bosque vaciado
de aquellos ruiseñores de junio
de los que tus ladridos nocturnos fueron luna.

Qué silencios tan negros y tan hondos
caen sobre esos dos ojos como estanques,
sobre esos ojos como hogueras negras.
Postrado en miserable rincón
fidelísimo aún,
no te mueves, nada haces cuando llego
para no inquietarnos.
Aunque el dolor penetra más y más en tu ser
tú callas, callas manso –todavía más manso-,
y en esa mansedumbre se propaga
tu fiel adiós.

No temas, no le ladres a la Sombra
esa que al alba llegará muy ciega
a arrancarte los ojos, la vida, en el límite.
Aunque quedamos tristes
porque no alcanzaremos a saber,
también sabemos que desde mañana,
como volcán de luz,
toda la isla ya será tu cuerpo.

Es sencillamente ridículo pensar que hoy la ciencia natural puede acercarse al conocimiento que del animal provee el poema. Es absurdo creer que alguna ciencia actual puede informarnos de la psique humana, de sus profundidades morales, filosóficas, religiosas…, como una obra de Bach, Beethoven o Penderecki; o como una obra de Van Gogh o de Kandinsky.

Desde luego, cabe esperar que la ciencia progrese muchísimo, indefinidamente, no tanto en la cantidad de su objeto (ya trata de todo el Universo) sino, sobre todo, en profundidad. De una manera en que ahora nos resulta inconcebible, hay que suponer que una matemática del futuro descubra estructuras formales (intensionales) capaces de contener la complejidad de un fenómeno vital o psíquico. Esa matemática del futuro guardaría con la matemática que conocemos, una relación equivalente a la que guarda nuestra matemática actual con la de los egipcios o babilonios, por ejemplo. Mientras tanto, nuestro acercamiento a los entes naturales es proporcionalmente más tosca e inapropiada cuanto más complejos son. Y creer que la ciencia, tal como la conocemos, tiene básicamente los conceptos suficientes para tratar algo como la vida o la emoción o el pensamiento, es como creer que una fotografía de una persona es una persona. Por tanto, al menos de momento, el acercamiento “humanístico” es insustituible, y tan necesario o más que el científico-técnico.

Pero hay un problema más grave para la ideología que piensa que todo es, al fin y al cabo, reducible a ciencia positiva. A esa actividad que se define como investigación empírico-hipotética siempre le quedará absoluta y esencialmente vedado el acceso a lo que propiamente es una actividad psíquica (o “intencional” como dicen los filósofos), porque esas actividades tienen sus propios criterios de validez internos, y respecto de ellos la ciencia positiva todo lo que puede hacer es constatar a qué resultados dicen haber llegado los expertos de ese ámbito. Esto se entenderá mejor con unos ejemplos. Pongamos como ejemplo tres actividades:

-         Resolver un problema matemático
-         Componer una obra musical o pictórica
-         Reflexionar sobre una cuestión filosófica, por ejemplo, ontológica o ética.

Ninguna de estas tres cuestiones (entre otras) puede esperar el menor avance interno o directo que provenga de las ciencias positivas, incluidas la neurología o la psicología, por ejemplo. Una cuestión matemática solo se puede solucionar matemáticamente, una cuestión moral solo se puede abordar mediante el razonamiento moral, y una composición musical solo puede hacerse con criterios musicales.

Supongamos un futuro en que las neurología puede predecir con una probabilidad de prácticamente el 100% (suponiendo que es expresión tenga sentido) lo que contestará un sujeto cuando se le presente un problema matemático, o un dilema ético. ¿Acabará eso con lo que es propio de la reflexión matemática, ética o artística? En absoluto. El neurólogo no podrá decir, en cuanto neurólogo, que la respuesta del matemático es la correcta, que el razonamiento moral del sujeto es razonable o sus deseos son deseables.

La ciencia describe lo dicho, lo contestado, lo deseado…, no lo que debería decirse, lo que sería deseable, lo que es bello. La reflexión científica, ética y estética es irreduciblemente normativa, no-fáctica. Podría decirnos el neurólogo qué vamos a desear necesariamente en tal o cual contexto y, sin embargo, eso no haría un ápice menos digna la cuestión de si eso es lo que deberíamos o querríamos desear.

De hecho, ¿qué ha aportado la ciencia y su técnica a la música, a la pintura, a la moral, a la filosofía? Herramientas o instrumentos, por un lado, y motivos de inspiración, por otro, pero nada sustantivo. Y así será siempre, porque los criterios morales (la pregunta moral), los criterios estéticos y los criterios filosóficos son autónomos e inaccesibles a la ciencia positiva. Antes bien, los criterios científicos son no-positivos: el principio de lo que no se puede confirmar empíricamente no es ciencia positiva, es una proposición no-empírica y, por tanto, no científico-positiva.

Es un absurdo radical, por tanto, pensar que la ciencia natural, dedicada a describir nomológicamente los fenómenos, pueda responder (o siquiera intentarlo) una cuestión ética, estética, filosófica. Y es un absurdo aún mayor pensar que estas cuestiones sencillamente no tienen sentido y son eliminables.

Esta pobreza intrínseca de lo científico-positivo la expresa, por ejemplo, Schrödinger diciendo que la ciencia deja fuera precisamente al sujeto, que es donde tiene lugar “todo lo que tiene sentido o valor”:

La imagen científica del mundo que me rodea es muy deficiente. Proporciona una gran cantidad de información sobre los hechos, reduce toda experiencia a un orden maravillosamente consistente, pero guarda un silencio sepulcral sobre todos y cada uno de los aspectos que tienen que ver con el corazón, sobre todo lo que realmente nos importa. No es capaz de decirnos una palabra sobre lo que significa que algo sea rojo o azul, amargo o dulce, físicamente doloroso o placentero; no sabe nada de lo bello o de lo feo, de lo bueno o de lo malo, de Dios y la eternidad. (…) Y la razón por la que nos encontramos ante tan desconcertante situación no es más que esta: que para construir esa imagen del mundo exterior, hemos acudido al expediente sumamente simplificador de dejar fuera, de excluir, la propia personalidad; de ahí que haya desaparecido, se ha evaporado, resulta manifiestamente innecesaria. En particular, y esto es lo más importante de todo, esa es la razón por la cual la visión científica del mundo no contiene por sí misma valores estéticos ni éticos, mi dice una palabra sobre  nuestro último objetivo o destino final, ni quiere saber nada –solo faltaría- de Dios. ¿De dónde vengo, adónde voy? La ciencia es incapaz de explicar mínimamente por qué la música puede deleitarnos, o por qué y cómo una antigua canción puede hacer que nos salten las lágrimas. (Schrödinger, en Cuestiones cuánticas)

A lo sumo, uno podría pretender lo que dice Brian Greene:
Sigo ahora tan convencido como lo estaba hace décadas de que Camus escogió correctamente el valor de la vida como cuestión definitiva, pero las ideas de la física moderna me han persuadido de que valorar la vida a través de las lentes de la experiencia cotidiana es como mirar un Van Gogh a través de una botella de Coca-Cola vacía. (El tejido del cosmos, drakontos bolsillo, pag. 20)

Creo que Greene sobrestima, en esta frase, la aportación de la física moderna para el sentido y valor de la vida. Como mucho, y como también él lo expresa en otras líneas, la física proporciona el escenario de nuestras acciones (lo que no es, ni mucho menos, despreciable, obviamente). Pero todas las interesantes especulaciones que acerca del tiempo, por ejemplo, contiene su libro, no aportan nada a la solución de los problemas morales o políticos, nada al arte, salvo como eso, como instrumentos.

No cito, por cierto, a científicos, como argumento de autoridad (ni la autoridad es un gran argumento, ni los científicos son una autoridad en otra cosa que en su ciencia). Los cito porque son, en general, un buen contraejemplo a lo que defienden quienes creen ser adalides de la ciencia. Es imposible encontrar a algún gran científico, a alguien que se haya dedicado con intensidad y fervor a la ciencia, que autorice la idea de que la poesía, la pintura o la música, por ejemplo, son algo secundario en la vida humana. De hecho, ser capaz de decir algo así va casi indefectiblemente unido a ser un personaje poco dotado para la creación o la especulación (aunque sí dado, seguramente, a la otra “especulación”).

Hasta aquí he discutido una de las cosas que nos ha dado la ciencia: conocimiento muy preciso y aplicable, aunque limitado tanto coyuntural como absolutamente. Pero hay otra cosa que podemos encontrar en la ciencia, sobre todo en su aspecto más teórico: el respeto y amor a la verdad y a la veracidad, y la admiración por la belleza. Los científicos, al menos en la medida en que son creadores (y no meros reproductores o aplicadores de algo ya descubierto), son personas de gran honestidad y de gran sensibilidad estética, como ellos mismos insisten (para sorpresa de quienes ven la ciencia muy desde fuera). Esta es, en lo que se refiere a los asuntos de valor y sentido, una aportación mucho mayor. Pero no es una aportación de la ciencia, o sea, que la ciencia haya causado o hecho posible, sino a la inversa, ello mismo, ese escrúpulo por la verdad y la veracidad y ese afán de buscar lo bello, ha hecho posible que exista la ciencia y la ha sostenido, incluso cuando la ciencia parecía desmoronar todo lo valioso y bello. Es el espíritu moral y estético, en este sentido, el que hace posible a la ciencia.

De las dos cosas que incluía en el primer grupo de aportaciones de la ciencia (conocimiento del mundo y posibilidad de dominarlo), han sido quienes se han dedicado a lo primero (al conocimiento por el conocimiento) quienes han hecho posible lo segundo (que generalmente a ellos les interesaba mucho menos; eran mucho menos optimistas con el simple poder) y también han sido ellos quienes más han representado la actitud moral y estética de la ciencia. Los espíritus más “utilitaristas”, en cambio, han vivido siempre de lo que caía de aquellas “nobles almas” desinteresadas, y las han utilizado con menos solidaridad y justicia.

Sin embargo, algunos piensan que basta con enseñar en la escuela matemáticas y ciencias para conseguir más poder y, “en consecuencia”, una vida mejor. Esto no puede ser más miope y obtuso. Es obvio que occidente está en una crisis, pero me parece que no es como se la imagina. No se trata tanto de crisis económica: al fin y al cabo, occidente seguirá siendo, seguramente, bastante rica. Simplemente tendrá que serlo menos con respecto a los países “emergentes”, lo que no puede ser más justo. Sin embargo, occidente y Europa están, efectivamente, en un momento crítico, como siempre lo está la vida y la inteligencia: tiene que optar, no entre dar la primacía a lo científico o a lo humanístico, sino entre dar la primacía al espíritu de nobleza, o al espíritu de la sagacidad.

Para elegir lo primero tiene que comprender que, ni se puede separar lo científico de lo humanístico (lo moral de lo técnico) ni que, por tanto, tiene sentido dar la prioridad a lo científico-técnico sobre lo humanístico. Lo que ha permitido a Europa ser lo que es ha sido el espíritu humanístico en general, incluyendo a la ciencia. Sin embargo, la mediocridad puede estar haciéndose con el espíritu europeo y occidental en general. Y eso ha sido favorecido por ciertas ideas filosóficas concretas: el positivismo-pragmatismo y el irracionalismo acerca de los valores.

Los que dicen que lo que necesitamos y necesitan nuestros hijos es estudiar ciencias e inglés, llaman instrumentales a esas áreas. Es, decía más arriba, una gran ingenuidad, porque qué sea instrumental depende de para qué lo sea. Un cuadro puede ser un instrumento para el especulador, y un fin para el artista. Se trata, entonces, de qué fines deberían definirnos. Sin embargo, en un sentido, subconsciente, no se engañan los que hablan de las materias instrumentales. Efectivamente, tienen una concepción instrumental, pero no de los conocimientos sino, precisamente por eso, del propio ser humano.

¿Qué sociedad tendremos, cuando nuestros futuros ciudadanos tengan una extensa preparación científico-técnica, pero no tengan cultivada la apreciación estética, moral y filosófica, sino que estén en una especie de estado de naturaleza o brutalidad al respecto? Quizás sigamos, entonces, siendo competitivos con respecto a China (seguramente ni siquiera, pues nos faltará el hábito de la disciplina esclava), pero no seremos lo que yo desearía creer que es Europa. Si, en lugar de confundir cantidad con calidad, aprendiésemos a ser más austeros, pero más justos y más cultivados, valorando más una lectura intensa de un Sófocles, o una escucha profunda de un Beethoven, que tener más objetos materiales, quizás Europa tenga algo que decir todavía.

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