por Juan Antonio Negrete (publicado
originalmente el 8/11/12, en www.dialecticayanalogia.blogspot.com)
Siempre que los
gobernantes se proponen cambiar la ley de educación y “amenazan”
el estatus de esta o aquella “materia” o “asignatura”, muchos
profesores de cada una de las amenazadas buscan amontonar argumentos
que la hagan imprescindible, y solo unos pocos aprovechan para
preguntarse, de la manera más neutral posible, qué sitio debería
corresponderle en la mejor educación pensable. A los profesores de
Filosofía, más que a ningún otro, les seduce e incumbe esta
reflexión sobre uno mismo. No tengo ninguna intención de “defender”
corporativamente mi profesión de profesor de Filosofía (mi
tendencia natural es más bien la contraria), pero, puesto que es un
tema que me interesa “desinteresadamente”, aprovecho este momento
e, instigado por la interesantísima entrada que publicó el otro día en su blog mi amigo Víctor y consciente de que nadie importante va
a leerme (no te ofendas, lector, sino todo lo contrario), voy a
explicar por qué creo que la Enseñanza de la Filosofía es
imprescindible en una Democracia (dándole a estas palabras,
Democracia, Enseñanza, Filosofía…, la más caritativa de las
interpretaciones).
¿Qué pinta la
Filosofía en la educación pública de los niños y adolescentes de
una sociedad democrática? Eso depende de lo que haya que entender
por ‘Democracia’, ‘Educación’ y ‘Filosofía’. Y por ahí
deberíamos empezar. Pero para contestar estas preguntas (qué es
Filosofía, qué es Educación, qué es Democracia) hay ya que hacer
filosofía, y no se pueden contestar propiamente de otra manera, como
argumentaré después. De donde se seguirá que los ciudadanos que no
tengan una mínima educación filosófica (la hayan adquirido como la hayan
adquirido) no podrán hacerse competentemente la pregunta de qué
pinta la filosofía en la educación de un país democrático.
Tampoco podrán hacerse competentemente la pregunta de por qué habría que preferir
vivir en democracia, o por qué y en qué habría que educar a los
ciudadanos. Todas esas cuestiones son primera y propiamente
filosóficas, y solo lateral e impropiamente pueden ser tratadas por
cualquier otro ámbito del conocimiento. Si, pues, la Filosofía no
fuese parte de lo que todo ciudadano recibe como educación básica,
el Estado no garantizaría que todo ciudadano tenga desarrollada la
habilidad para reflexionar críticamente y argumentar sobre su misma
condición de ciudadano. De tenerla uno (y dando por supuesto que no
se nace con ella plenamente actualizada, sino que necesita
educación), sería algo que ese individuo habría desenvuelto “por
casualidad” política (como uno sabe, “por casualidad”
política, construir barcos con palillos o esquiar). Es dudoso que se
pueda llamar democrática a una sociedad que no garantice cuanto
pueda que los ciudadanos estén educados para la reflexión acerca de
su propia cualidad de tales, porque precisamente la Democracia es,
presuntamente, el sistema político en que la legitimidad emana de
los ciudadanos. Y es más dudoso todavía que el Estado, por una
parte tenga, como suponemos que tiene, la “obligación” de
“educar” o instruir a los ciudadanos en la adquisición de
habilidades técnicas (que le permitan desenvolverse laboral y
económicamente) y quizás también, como reclaman algunos con mucha
razón, en el conocimiento positivo de la ley vigente (que le
garantice desenvolverse, en cuanto esté en su mano, con la mayor
seguridad jurídica), y, sin embargo, no tenga una obligación
superior a educarles en la habilidad reflexiva que los hace
propiamente ciudadanos.
Pero algunos no estarán
de acuerdo con todo eso. Negarán “la mayor”: no es la Filosofía
–dirán- la encargada privilegiada de dirimir qué es Democracia,
ni qué es Educación ni, quizás, qué es la Filosofía. En realidad
–se sentirán impelidos a sostener- la Filosofía no está
encargada de dirimir ninguna auténtica cuestión, porque Filosofía
no es saber autónomo alguno, sino solo el saco donde se mete, por
defecto, lo que aún no es cuestión auténticamente dirimible. Todo
lo que cabe responder y, por tanto, legítimamente preguntar,
pertenece a un ámbito o, como mucho, a dos: el de la Ciencia
positiva (empírica) para todos los asuntos teóricos, y el de la
Decisión o Voluntad para todo lo que tiene que ver con acciones,
“valores”, normas, etc. Si esta objeción fuera acertada,
efectivamente la Filosofía no pintaría prácticamente nada en la
educación de una sociedad democrática (no “nada” completamente,
porque aún podría reivindicarse su valor estético, o “cultural”,
o algo así, pero sí casi nada, o algo “despreciable”). Voy a
sostener que esa objeción es inválida. Para eso habrá que discutir
frontalmente asuntos como en qué consiste la Filosofía (y si tiene
algún terreno autónomo, distinto del de cualquier Ciencia positiva
y el de la Decisión práctica), qué es Educación, qué es
Democracia... Pero antes de enfrentar directamente todo eso, otra vez
hay que observar que tanto esa discusión, que estamos obligados a
abordar, como la tesis que subyace a la objeción referida (o sea, la
tesis que dice que la Filosofía no tiene tema) son, precisamente,
una cuestión y una tesis filosóficas, una cuestión y una tesis
filosófica más. Una de sus formas más manoseadas en los últimos
cien años pregona que los Grandes Discursos (la Metafísica y
sucedáneos) han muerto para no volver, o que la Filosofía ha sido
sustituida por la Física o por la Interpretación literaria o por la
Historia... Pero ¿quién ha dicho eso? Quiero decir, ¿qué tipo de
tesis son estas? Obviamente, no son tesis científico-positivas (de
la sociología, por ejemplo, o de la historiografía, no digamos de
la física o de la biología o de la psicología1).
Son, insisto, tesis puramente “ideológicas”, es decir,
filosóficas. De modo que, ya oblicuamente considerada, la tesis de
que la Filosofía no pinta nada en la Educación, es una tesis
filosófico-pedagógica, ideológica, no una hipótesis científica
ni un mandato legal. Es una ideología o filosofía concreta
queriendo erigirse justo en lo que presuntamente más rechaza: gran
discurso único e irrebatible. ¿Sería democrático aceptar este
dogmatismo, y abolir la Filosofía por decreto (pseudo)filosófico (pseudo-, porque ninguna filosofía puede ser dogmática)?
Pero abordemos la
cuestión, no oblicuamente o por la espalda, sino de frente. ¿Qué
es la Filosofía, y qué la Democracia, y qué la Educación; y qué
relación hay entre ellas? Creo que hay dos grandes posiciones o
grupos de respuestas, al respecto, de las que se deducen sendas
“defensas” de la necesidad de la Enseñanza básica de la
Filosofía en la Democracia. La primera se basa en unas nociones
“modestas” (y coherentes entre sí) de Filosofía, Democracia y
Educación: una concepción, podríamos decir, “formal”,
“normativa”, “deontológica”, “procedimental” o
“trascendental” (todo ello en un sentido amplio, como explicaré
luego). La segunda defensa apelaría a nociones más sustantivas de
Filosofía, Democracia y Educación (concepción socrático-platónica,
intelectualista en general). Creo que fuera de esas dos grandes
posiciones solo hay lugares intelectualmente poco habitables (como el
naturalismo montaraz o alguna forma de irracionalismo o relativismo
extremo –que también son posturas filosóficas, obviamente-), y,
desde luego, nada seductores para los que se plantean, en “la
realidad efectiva”, qué sitio debemos reservar al estudio de la
Filosofía en el curriculum oficial. La primera defensa (la normativa
o trascendental) es, estratégicamente, más rentable, pues implica
menos cosas. La segunda (platónica) es, a mi juicio, más profunda,
aunque menos aceptable para la mayoría, seguramente. En lo que sigue
me centraré en la primera, y dejaré para mejor ocasión la otra.
Definamos, pues,
‘Democracia’, ‘Educación’ y ‘Filosofía’ en un sentido
lo suficientemente mínimo como para que aspire a una aceptación
general o a una defensa fácil, y a la vez en un sentido lo
suficientemente suficiente como para que salve aspectos que estamos
interesados en justificar: sobre todo, la idea de legitimidad. Debe
ser posible plantearse, por ejemplo, si una situación política es
legítimamente democrática. ¿Qué es Democracia; qué, Educación;
y qué, Filosofía, según esa concepción modesta o (casi)mínima?
Empecemos con la idea
de Democracia. La Democracia es el sistema político cuya legitimidad
consiste en la “suma” (o, mejor, maximización) de la voluntad de
todos y cada uno de los individuos de una / la sociedad en cuanto
que son seres igualmente racionales o personas. En versión
ligeramente diferente, la Democracia es el procedimiento de toma de
decisiones colectivas tal que seres (reconocidos como) igualmente
racionales encontrarían más razonable aceptar.
Es fundamental señalar
que estamos así definiendo (o intentando definir) qué es
constitutiva o esencialmente la Democracia, no qué es lo que fáctica
o históricamente se ha llamado así. Solo esa noción constitutiva
nos permite distinguir entre democracias más o menos imperfectas,
más o menos legítimas2.
La Democracia se basa, constitutiva o esencialmente, en la igualdad
de las personas. Pero ¿en qué son iguales las personas? Obviamente,
no en los conocimientos, deseos, emociones, habilidades… concretos
o efectivos que tienen todos (no hay, seguramente, dos sujetos
fácticamente iguales en nada), sino en la facultad o capacidad,
que se les atribuye como inherente naturalmente, de conocimiento y
volición racional, o sea, en la racionalidad como facultad a priori
para tener pensamientos, deseos, etc., y que es (o, más bien, se
toma normativamente como) asunto de todo o nada: o se es (virtual o
potencialmente) capaz de razonar y hablar (de hacer una deducción y
entender una noción de aplicabilidad universal y necesaria, de
construir una frase todo lo compleja que sea) o no. Es evidente,
pues, que esa igualdad de racionalidad es una condición “ideal”,
no materialmente dada ni positivamente constatable, y es “ideal”,
también, la asociación que se hace entre tener esa capacidad y ser
sujeto de Derecho. En este sentido, “merecería” la crítica de
Nietzsche a todos los ideales y universales, si la crítica de
Nietzsche fuese admisible (y no autocontradictoria, como en realidad
es). Pero si esa crítica a lo universal, ideal, virtual…, fuese
válida, sería letal para la Democracia, como el propio Nietzsche se
encargó vehementemente de señalar3.
Democracia no es, pues,
una noción que se adquiera científico-positivamente ni que se
implante legislativo-positivamente. Ambas reducciones incurrirían en
la falacia naturalista: una serie de hechos (incluidos los hechos que
consisten en la existencia material de normas dictadas) no dan
soporte a la validez de las normas. La legitimidad o validez es
irreducible a facticidad y a legalidad efectiva. Lo normativo es
irreduciblemente no fáctico. Pero la Democracia implica,
necesariamente, la distinción de lo legal y lo legítimo. Por tanto,
Democracia es un concepto normativo, no fáctico, y normativa y no
fáctica es la cuestión de por qué es legítima la Democracia, es
decir, simplemente la cuestión política. Usando terminología
kantiana, pero tomada en sentido amplio, la cuestión de qué es
Democracia y cuándo es legítimamente democrático un régimen
político, es una cuestión Trascendental. Y todo ciudadano que se
plantee la cuestión de legitimidad, está embarcándose en una
pregunta trascendental, normativa, deontológica…, no fáctica o
positiva.
¿Qué es Educación?
De manera semejante y coherente con la anterior caracterización de
Democracia, la Educación es el proceso y complejo de actuaciones por
el que se capacita al individuo racional, o persona, para la vida,
tanto natural como política. Esta caracterización normativa o
“trascendental” permite, también aquí, distinguir entre una
educación adecuada o correcta, y la que no lo es, cosa que ningún
conocimiento científico-positivo puede hacer, incluido aquel que se
limitase, "iuspositivistamente", a cotejarla con la legislación
vigente, como si la legitimidad se redujese a legalidad. Y, si
aceptamos que es una obligación de toda sociedad democrática
proporcionar educación a todos los ciudadanos (lo doy por supuesto,
pero es fácilmente argumentable), entonces también es parte
fundamental de una adecuada o correcta educación democrática
proveer al ciudadano de todos aquellos recursos imprescindibles para
ser un auténtico ciudadano. Por supuesto, esto puede considerarse
cuestión de grados (nadie, ni el Estado, puede garantizar que se
produzca nada efectivo), pero es difícil creer que una sociedad
donde los ciudadanos no reciban, desde niños, una educación para
ser ciudadanos políticamente reflexivos y críticos, sea una
auténtica democracia. Ninguna enseñanza científico-técnica ni
ninguna enseñanza práctica o legal (ninguna trasmisión de la mera
ley vigente) pueden sustituir a la enseñanza cívica, consistente en
la reflexión “trascendental” o normativa que define a la
actividad política.
Vayamos a por el
tercero de los personajes. ¿Qué es Filosofía? También ahora
definiremos “mínimamente” la Filosofía como Reflexión
Trascendental o Normativa. La Filosofía se ocuparía, entonces, de
las condiciones de posibilidad de cada área de la racionalidad
humana. La filosofía teorética se ocuparía de las condiciones de
posibilidad de toda actividad cognitiva; la filosofía “práctica”,
de las condiciones de posibilidad de toda actividad moral y política;
la filosofía “estética”, de las condiciones de posibilidad de
toda actividad estética; etc.
Esta caracterización
de la Filosofía como reflexión formal-trascendental o normativa, es
mucho más comprensiva de lo que puede parecer. No define solo al
kantismo, sino a posturas aparentemente lejanas a la de Kant. Por
ejemplo, y limitándonos a la filosofía contemporánea: puede
considerarse reflexión trascendental todo lo que hace Wittgenstein,
no solo en el Tractatus (donde es evidente) sino también en
sus reflexiones últimas, acerca de las categorías del lenguaje. Un
heredero, hoy de moda, del pragmatismo wittgensteiniano, Robert
Brandom, ha sabido resaltar el elemento kantiano, deontológico,normativo, trascendental, de toda reflexión no reduccionista sobreel Lenguaje y la Praxis: para que haya lenguaje y actividad racional
en general, son necesarias unas condiciones mínimas a priori, y de
eso se encarga la Filosofía. En general, todo lo que se llama
Filosofía o “Análisis” del Lenguaje (incluido casi todo
positivismo), es, lo quiera o no, reflexión crítico-trascendental.
Se engaña completamente quien crea que el Análisis del Lenguaje que
llevan a cabo los filósofos analíticos es algo así como una parte
de la Lingüística (tampoco de la Logística, como ciencia formal o
matemática). Esos análisis filosóficos apriorísticos y
dialécticos (no hay una sola tesis filosófica universalmente
compartida) buscan la “esencia” del lenguaje, y no usan en ningún
sentido relevante la metodología empírica de las ciencias
positivas. Si se quiere decir que estudian la Gramática, hay que
notar que no se trata, desde luego, de ninguna gramática fáctica
(de esta o aquella otra lengua existente, ni de una gramática
universal humana que se hallase por comparación de diferentes
culturas). Los filósofos del lenguaje no recurren a ningún estudio
antropológico ni sociológico ni psicológico.... Se trata de una
investigación completamente apriorística, como siempre lo fue la
reflexión filosófica. El análisis del Lenguaje es, pues, tan
lingüístico como psicológica es la analítica kantiana del Sujeto
trascendental: nada. Pasando al campo de la filosofía continental,
la mayor parte de los pensadores de la hermenéutica, desde Husserl
hasta hoy, caben en la caracterización que he ofrecido de Filosofía.
Derrida, por ejemplo (por poner un caso poco favorable), no opuso
reparo alguno a que se le considerase un pensador trascendental
(aunque entendiera la crítica filosófica de una manera menos
racionalista que en Kant) y reivindicó un lugar “esencial” en la
Educación para la Filosofía como crítica radical, cuyo antecedente
principal es la kantiana “facultad inferior” de El conflicto
de las Facultades. Por supuesto, todas las filosofías del
discurso (el procedimentalismo de Habermas y compañía, etc.) caben
perfectamente en la concepción deontológica de la Filosofía. Y,
dentro del amplio mundo del naturalismo anglosajón, todos los
naturalismo no reduccionistas conceden también un lugar autónomo a
la Filosofía en incluso a la Metafísica, como reflexión casi
puramente apriorística e insustituible.
Reuniendo, ahora, a los
tres personajes, Democracia, Educación y Filosofía, podemos decir
lo siguiente:
si la Democracia es el sistema político en el que la soberanía reside en todos los ciudadanos en cuanto individuos dotados de razón;
si la Educación, por su parte, es el proceso por el que se desarrolla en un individuo la capacidad de realizarse como ser racional o persona, y, por tanto, en una sociedad democrática, la Educación es la que habilita a un ciudadano para ser, lo más plenamente posible, miembro político;
si el Estado tiene obligación de garantizar cuanto pueda la educación mínima que habilita a cada individuo para ser ciudadano
y si Filosofía es la reflexión crítico-trascendental mediante la que un ser racional se entrega a determinar racionalmente las condiciones de posibilidad o “esencia” de ciertos ámbitos de la racionalidad (entre ellas y sobre todo, las condiciones de legitimidad del propio sistema político en que él es, normativamente, ciudadano plenamente activo),
entonces la Filosofía es la asignatura esencial de cualquier educación democrática y todo Estado democrático debe garantizarla cuanto le sea posible.
Insistamos: ningún conocimiento
científico-positivo ni legal-positivo puede suplir a la reflexión
crítico-trascendental. Y eso es la Filosofía, precisamente, la
reflexión no positiva, sino trascendental o normativa, que hace de
uno un ciudadano democrático.
En lo que sigue daré
por supuesto que esto es correcto, y me dedicaré a intentar
deshacer, brevemente, algunas dudas que podrían suscitarse.
Parece que hemos
reducido, la reflexión filosófica requerida para la Educación, a
solo la Ética, lo que deja sin sitio a toda esa parte de la
Filosofía que llamamos Ontología, Epistemología, etc. Pero esto no
es así de ninguna manera, por dos razones principales. Primero,
porque, aunque una persona es un individuo político (y es desde ese
ángulo desde el que estamos considerando el asunto de la Educación),
eso no quiere decir que su principal actividad vital sea la praxis
política, antes que, por ejemplo, la actividad teórica. Si una
entidad es un ser racional, lo es por y en el ejercicio de la
racionalidad, y esta no se limita a la actividad política, sino a
toda aquella que sea propia de la racionalidad. Y, segundo, porque lo
ético y lo teorético están íntimamente ligados en la reflexión
trascendental. Es imposible determinar las condiciones de legitimidad
de la situación política de las personas si no se tiene idea de
cuáles son las condiciones de posibilidad de la racionalidad misma
(del Lenguaje) o se carece de una reflexión trascendental
antropológica. Así, por ejemplo, Robert Brandom arguye que sin unos
mínimos normativos, no hay lenguaje alguno. Y, sin lenguaje, no hay
personaje racional ni, por tanto, ciudadano ni libertad algunos.
Pero -segunda posible
duda-, suponiendo que la Filosofía sea imprescindible en una
educación democrática, ¿es necesario que esa materia tenga tal
autonomía como para merecer, en la Escuela, un Departamento propio,
unas horas lectivas, etc.? ¿No podría, por ejemplo, formar parte
del contenido de otra materia y ser atribución de otro Departamento?
De ninguna manera. La Filosofía no puede ser impartida, por ejemplo,
como una Historia de las Ideas (en el sentido literal de la palabra)
ni por profesores de historia. Por supuesto, puede hacerse
historiografía (sociología, psicología, biología…) de la
Filosofía, análogamente a como puede hacerse historiografía
(sociología…) de la Matemática o de la Biología. Pero
análogamente a como una historia de la Matemática no puede suplir a
la Matemática misma (el historiador no puede, en cuanto tal,
demostrar teoremas matemáticos, sino solo presentar los eventos
históricos en que los matemáticos demostraron tal o cual teorema),
de la misma manera un historiador no puede, en cuanto tal (es decir,
salvo que se vuelva filósofo por arte o milagro de la Consejería de
Educación), sustentar una reflexión filosófica o trascendental,
pues esta va más allá de la metodología hipotético-empírica de
la historia. De manera equivalente pero en sentido inverso, el
filósofo puede hacer filosofía de la historiografía, de la
sociología, de la psicología… (por ejemplo, epistemología de las
ciencias sociales…), pero no puede hacer propiamente
historiografía, ni ninguna otra ciencia4.
Tampoco puede
sustituirse la Filosofía o reflexión crítico-trascendental por una
materia de Educación Cívica y Legal (“Educación para la
Ciudadanía”, “Educación Constitucional y Cívica”…) que se
dedique a transmitir las normas vigentes en el Estado. Una materia
así, también imprescindible en una democracia (y, en general, en
cualquier régimen político, pues, aunque el desconocimiento de la
ley no exime de su cumplimiento, es deseable para cualquier gobierno
en general que los sujetos a la ley la conozcan) es una materia
“legal-positiva” y debe ser impartida por un jurista o profesor
de ciencia jurídica. En esa materia, la dialéctica entre legalidad
y legitimidad no tiene cabida, y un jurista no está, en cuanto tal,
capacitado para exponerla. La Filosofía es una materia completamente
diferente.
Pero –una duda más-
¿puede, la educación filosófica o crítica, tener solo un puesto
transversal en el curriculum? No. Por supuesto, el ejercicio efectivo
de la reflexión crítica debe ser exigido y fomentado. También
puede decirse esto de la Lengua, o de la Gimnasia. Entonces ¿no
bastaría con exigir que la gente hable correctamente, o se mueva
ágilmente, sin que sea necesario un horario donde abordar
temáticamente todo eso? Obviamente, no. En todos los ámbitos del
conocimiento o de la actividad racional en general, debe haber un
lugar temático, no meramente práctico, en que se reflexione acerca
de ello, como preparación precisamente para su mejor ejercicio. El
estudio y análisis de los métodos crítico-trascendentales o
filosóficos, es tan útil para su posterior ejercicio activo como lo
puede ser el estudio de la Gramática y el Análisis literario para
el uso de la Lengua.
Pero –última duda-
¿no sería la Filosofía, como reflexión “superior” o de
segundo orden, algo propio de estudios más avanzados
(universitarios), porque quizás las mentes humanas no alcancen la
madurez suficiente antes? La respuesta, a mi juicio, es, una vez más,
claramente no. Desde que un niño puede preguntar por qué tiene que
respetar las normas, está exigiendo, democráticamente considerado
el hecho, una respuesta ni histórica ni legalista (“porque así se
viene haciendo”, “porque lo digo yo”, “porque si no viene la
policía”…) sino filosófica. Y este tipo de pregunta y reflexión
debe ser inducido lo más temprano posible, adaptándolo cuanto sea
necesario para no forzar el desarrollo natural del niño. Es labor de
los psicólogos, en colaboración quizás con los filósofos,
detectar cuándo se manifiesta la capacidad de ser “sensibles” a
la justicia y a la argumentación. Mi intuición me dice que esa
sensibilidad existe desde el principio, y que es una cuestión de
grado que esté más o menos desarrollada (como la capacidad de
hablar, razonar, percibir belleza, etc.). Pero, desde luego,
muchísimo antes de que uno sea universitario, es racional y es
ciudadano en desarrollo. Por otra parte, si la Filosofía fuese (como
es en algunos lugares) un estudio meramente universitario, muchos
ciudadanos no llegarían a esa reflexión, al menos de manera
institucional, sino por casualidad, o “respirándolo del
ambiente”5.
Puede decirse, en
resumen, que la Filosofía (esto es, la reflexión
crítico-trascendental, deontológica, o normativa), es el eje
esencial de toda educación democrática, puesto que educa
precisamente en lo que es constitutivo del ciudadano en cuanto tal,
en la reflexión crítica. La escasa presencia de la Filosofía en
los planes de estudio de todos los países conocidos no es más que
una prueba de lo muy imperfecto de las democracias realmente
existentes, lo que se traduce, también, en esa masa de “ciudadanos”
políticamente pasiva y acrítica que todos conocemos, tan fácil de
manejar por intereses cuya justificación es escasa o nulamente
universalizable. Es muy improbable que, en tanto los ciudadanos
permanezcan en un estado “de naturaleza” respecto de la
Filosofía, la Democracia “realmente existente” se parezca a lo
que debería ser.
Alguien objetará de
nuevo (y volvemos así al principio) que todo lo que precede depende
de que aceptemos la tesis filosófica según la cual hay algo así
como la Filosofía, es decir, reflexión trascendental, autónoma
respecto de cualquier saber positivo o cualquier legislación
vigente. Es cierto: las conclusiones anteriores dependen de esa tesis
filosófica. Pero, de la misma manera, repito, la tesis contraria,
según la cual la Filosofía no es un ámbito autónomo sino una
confusión definitivamente muerta que no debe tener lugar en la
educación de los niños y jóvenes, es “solo” una tesis
ideológica o filosófica, es decir, una tesis no de esas que son
sancionadas por ninguna comunidad científica, sino de las que se
discuten en seminarios y congresos de filósofos. La prueba es que, a
diferencia de las tesis científicas, que se dejan dirimir de una
manera empírica, las posiciones filosóficas son dialécticas, lo
que no quiere decir que sean irracionales. La Filosofía es
inescapable.
_______________________________
Notas:
1
Al contrario, de tener algo que decir al respecto, las ciencias
positivas pueden constatar un renacimiento de la Metafísica en las
mejores cátedras de las mejores universidades del mejor mundo; pero
las ciencias positivas no tienen nada que decir acerca de la validez
o corrección de esta o aquella tesis o este o aquel argumento
filosóficos, igual que el historiador de la matemática, qua tal,
no tiene nada que decir respecto de la validez o corrección de tal
o cual demostración matemática
2
Aunque la definición ofrecida parece solo kantiana, puede darse una
versión de tinte utilitarista y consecuencialista, siempre que este
contemple un principio de universalización de las preferencias,
mínimo requerido para que pueda considerarse una actividad
racional.
3
Y ¿para qué no sería letal? Todavía no conocemos –yo al menos-
cómo se vive o existe sin nociones universales, cómo se las apaña
el ultrahombre.
4
Y es completamente inadecuado que el profesor de filosofía, para
rellenar su materia, imparta nociones de divulgación científica,
como viene haciéndose desde hace muchos años en España.
5
Algunos pueden recordar que Platón, por ejemplo, consideraba la
Filosofía como un estudio para pocos, situándola más allá
incluso de una formación “en geometría”. Pero hay que
recordar, al mismo tiempo, que Platón rechazaba, precisamente por
eso, el régimen democrático.
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